miércoles, 12 de septiembre de 2012

Me gusta no saber que vendrá después, para jugar a imaginarlo, pero vivir improvisando tiene un entrenamiento diario, que puede acabar mal con un tedioso coste a largo plazo.
Por eso se junta el talento con el ingenio. Son las ganas y el hambre queriéndose comer este triste mundo en el que cada color que te marca no deja de ser un sucedáneo de grises apagados.

Porque para unos el arte es vida y para otros excusa de su propia ruína.
Antes quería ser la droga que calmara tus heridas. Ahora, me conformo con viajar de esquina en esquina, entre tiempos perdidas y desoladas al ralentí de tanta muchedumbre embobada.
Embobada con una caja a la que llaman tonta. Embobada con su propia desconciencia de un mundo no mejor, nada bueno y no tan pequeño.
Embobada con una sangre calma y sin aliento, a la que la fuerza se le pierde en mantener el pobre esqueleto al que las aves de rapiña dejaron en hueso.

Que hay que luchar y dejarse de tonterías, que la vida está muy cara para malgastarla en dos días.

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