viernes, 23 de diciembre de 2011

La confesión de mi ruína

Lo que mejor se hacer es ser quien comprende el oscuro de tus mares cuando se vuelven opacos. Cuando la luz ya no quiere soñar con ellos, soy yo el que duerme a tu infierno, esperando así que mi cielo vuelva a brillar postergando en el olvido cicatrices amargas llenas de tequila, limón y sal. Porque dicen que nada es imposible, y tampoco el querer abrirme pecho. Pero por pequeñas luchas, otrora comedero placer, se abren rendijas a otros momentos enterrados y muy viejos. Cualquier risa pasada fue mejor, y el tiempo, pues dicen que están lloviendo cristales de olvido y razón.
Quizás puedan confundirse mis palabras con cualquier herida abierta, porque lo mejor de las palabras y su escritura es el entender lo que cada uno quiera. Para eso se pone un corazón en renglones. Pero tú, mi pequeña marca dorada, eres la fuente de cualquier inspiración desde el mismo día en que decidí que tus ojos serían mi fiel tormento en cualquier batalla, el fondo del vaso en el que tiro mi dolor. Por eso el sol se pone celoso cuando digo que el color de tu pelo es más bonito que sus destellos. Que tu corazón alimenta más que mis sueños.

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