sábado, 31 de diciembre de 2011

Dos historias. La del tormento cruel y la del anhelo de un tormeto.

Para dejar de escribir por algo interesante
mejor, sangre con sudor y lágrimas.
Que sean del llanto de tú éxtasis
cuando tus ojos no alcancen a comprender
el nirvana venido a la tierra.
Pero tranquila que bajo la luna y en un aguacero
del mes de agosto por tú destierro
hallarás en en árbol de cualquier fruta
ya ninguna prohibida y quizás podrida
la certeza de que por tres quintos de amor
no debieras de vender lo que
si una vez te hizo niña, ya no te hace mujer
sino trapito de comercio, que pañuelo de muchos
el consuelo no te lo darán ni los tontos.
Y si esto parece un poema, ahora una historia verdadera y con punto y a parte, bien podríamos, si supiésemos, hacer un blues.
Porque sólo me queda para tener el alma como la piel
de ellos, los que de verdad saben poner el en aire
los letargos que encrudecen su andar,
vender lo poco que atesoré siendo, eso sí
siempre un poco más cigarra que hormiga
siempre un poco más ladrón de ninguna condición.
Que sólo pretendía robarle un poco de tiempo al tiempo
y ni con eso pude pagar las deudas que cargo
desde que hace más de mil días tu azulado tormento
decidió que debía de ser mi anhelado sueño eterno.

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