martes, 28 de febrero de 2012

Por una buena razón

Amo escribir. Dicen que merece la pena que alguien te lea cuando tienes algo bueno que contar. Y soy de la opinión de que los sentimientos con los que nadie quiere vivir son los mejores consejeros, las mejores musas, eso sí, de la palabra. Que lo hacen plasmar mejor lo que uno quiere contar, explicar o despertar en los demás.

Esas sensaciones, todas o sólo una,  mezcla de alguna con desgraciada mesura en la acción no son más que simple y llana motivación. Quizás más fácil de ver como la antimotivación de la felicidad. Esto es, la expresión de de un simple traspiés. del descontento o de la más pura generalidad de la infelicidad.

El escrito tiene la potestad de redimir y enjaular estos via crucis de lo mundano, bien si no como una anhelanda atemporalidad en el que enterrar estos grilletes, si por lo menos de dejarlos de lado, junto a la realidad.

Con esto quiero decir que abandono la más querida de mis viejas inspiraciones. La más pura idea, aclaro. La ginebra sigue gozando del beneplácito de ser la tinta líquida que escribe, en parte, mi historia. 
Sólo que de esta vez, si algo ha de motivarme, será lo que quieren querer mis líneas cuando nacen. Disfrutar mientras viven y morir, cuando las desea, por ella. Porque ya no vivo del gusto de la humedad, de las lágrimas de la porfía de la soledad. Del retratar retales de un quizás, o de beber las flores que se atusan de noche para pellizcar el limbo del éxtasis.

No voy a preocuparme de sacar al papel lo de adentro. Lo que pincha al hueso, antes también quema la carne. No pondré mi corazón de nuevo en un renglón. No tatuaré otra vez mi alma con palabras que redactan el poco a poco de cualquier sin razón. 

Por una buena razón puedo dejar la preocupación, para solamente recurrir a ello cuando quiera contar la antítesis de la antimotivación de la felicidad. Eso es, la felicidad. Eso eres tú para mi. 


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